pa' que otra vez me mientas
y digas que no hay carbón
que manche mi almohada,
que el alma me chilla,
que salen astillas de mi corazón.
Sube conmigo a la acera,
verás la tiritera que da de ver el color
que dan a la tierra los hijos de perra
que pintan de oscuro todo corazón
que se atreva a latir
y quieren derribar el tronco
de ruiseñores roncos
donde vivimos tú y yo
¿Qué hay? Sólo vísceras, huesos y músculo. En teoría sólo es eso lo que hay detrás de la piel. Pero de dentro, de lo más profundo de cada uno, va creciendo una pequeña bola que no deja de producir chispas. Hace daño, las chispas se convierten en ganas de llorar y revuelven todo por dentro. Las tripas ocupan el sitio del corazón, el corazón ocupa el sitio de la cabeza, y la cabeza... la cabeza desaparece de la ecuación sin intenciones de volver a tomar las riendas, todo se descontrola y te dejas llevar por la corriente. Quieres frenarlo,sabes que duele, eres capaz de reconocer el dolor a kilómetros de distancia, pero no sabes que puedes hacer. Te sobrepasa. Simplemente quieres morir una vez más. Otro día horrible.
Te dejas hacer, te dejas llevar. Dejas que todo tu interior se ponga patas arriba y te quedas inmóvil, sólo lloras sin saber muy bien por qué, ya que, lo único que sabes es que no entiendes absolutamente nada.
Quieres entender, pero resulta absurdo... la bola de chispas se descontrola y sientes como estalla desde el estómago, te quema y te consume.
Justo en ese instante, encuentras la solución a lo que ocurre. Es triste y decepcionante, pero es el gran motor que ha movido todo el kaos: las expectativas.
¡¿Cómo no me dí cuenta antes?! Es una solución bastante "catastrofista", pero solución al fin y al cabo, que por cierto, viene de quien menos esperas.
Seguramente, sea por eso, que un fin de semana tras otro, tratas de destruirte por dentro. Lo más eficaz sería comenzar a darse golpes en la cabeza, así, aprovechado el desorden, se destruya el corazón.
A fin de cuentas, el corazón sólo sirve para sufrir, es lo más parecido al apéndice.